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No, comprar local no salvará el mundo

December 18, 2016

Yo estaba totalmente convencido, posiblemente por las veces que lo he escuchado repetido de una y mil formas: «No es ecológico si lo traen de la Cochinchina», además al vivir en la huerta de València hace que este tipo de conversaciones salgan bastante a relucir, quien más y quien menos tiene un trocito de tierra que tiene que defender. Pero por unas cosas o por otras ya no creo a ciegas argumentos simplistas, esos que cuando los oyes piensas, pues claro, tiene todo el sentido del mundo, no, necesitamos ver el cuadro completo para hacer ese tipo de deducciones. Un artículo que leí recientemente me ha hecho repensar ciertas cosas sobre «lo ecológico» que ya intuía, pero no sabía bajar a tierra. Tampoco puedo decir que esté totalmente de acuerdo con el artículo, no comparto que el consumidor no tenga ningún indicador para saber cual es la huella de carbono de un alimento, sí la tiene, se llama precio.

Precio, certificado de huella de carbono

El precio de un alimento tiene una relación directa con la cantidad de recursos que se consume en su producción. Agua, fertilizantes, gasoil para el tractor, manutención del tractor y eso que tan feo suena de recursos humanos, todo esto interviene en el precio final de cada lechuga que compramos en el mercado, o debería, tenemos también intereses especulativos con la comida, aranceles y otros impuestos que complican este cálculo, pero por lo general cuanto más sana sea la cadena entre el productor y el consumidor más directa será la relación entre precio y consumo de recursos. Todo consumo de recursos influye lógicamente en la huella de carbono, destilar diésel del petroleo y luego quemarlo en el tractor es el ejemplo más claro, pero en lo que menos reparamos normalmente es justamente lo que más huella de carbono deja, el jornalero, esos recursos humanos, la persona que gasta sus esfuerzos en recoger esa verdura, la que lo lleva al mercado, la que luego lo vende. La manutención de todas estas personas y muchas veces de los familiares directos es obviamente un consumo de recursos enorme, puesto que esa gente tiene la mala costumbre de comer, trasladarse hasta el trabajo y a veces incluso, malditos derrochadores, tienen momentos de ocio, todo esto genera un impacto en el medio ambiente con el que hay que contar.

Una vez empezamos a ver el precio como indicador de la huella de carbono nos vamos a replantear muchas cosas. ¿Cómo un tomate de Brasil puede tener menos huella de carbono que el cultivado en la huerta de València después de cruzar el Atlántico? La respuesta es clara, igual el productor come un único plato de arroz al día, vive bajo el umbral de la pobreza y por lo tanto imprime muy poca huella de carbono. Esta es una verdad incómoda para cualquier persona de izquierdas o que tenga un poco de sensibilidad por el genero humano. ¿Significa que tenemos que ser todos más pobres para salvar el planeta, empezar una nueva edad oscura y volver a morirnos de hambre? No, la solución siempre ha estado delante de nuestras narices.

Tecnificación para salvar el planeta

Tecnificar significa usar la tecnología para ser más eficientes en nuestro trabajo, esta eficiencia se traduce directamente en un menor uso de recursos en la producción. El riego por goteo es un claro ejemplo de esto, unos recursos hídricos mucho mejor gestionados que cuando se riega a manta implican un consumo mucho menor de agua y una menor huella de carbono, toda mejora técnica implica una mejor gestión de los recursos y una menor huella de carbono, pero aun así tenemos que tener algo en cuenta y de la agricultura ecológica tenemos que aprender a no contaminar nuestros suelos, que sea esa la lección del siglo XX.

Volviendo de vuelta a nuestro siglo, este planteamiento nos lleva a un tema digamos espinoso. La punta de lanza de la tecnificación ahora mismo es la de los organismos genéticamente modificados, un tema del que la izquierda localista y biempensante no quiere oír ni hablar. La mayoría de argumentos en su contra se destapan como producto de la tecnofobia, de ese temor de tradición cristiana a suplantar a Dios, pero si descartamos todo esto, sí podemos quedarnos con un fallo terrorífico del sistema, la aparición de Leviatán. La centralización de la producción de alimentos en torno a un único actor, Monsanto, es algo que no podemos dejar de obviar, el problema aquí no es realmente con la tecnología, si no más bien con la descomposición que sufre el sistema. Hay que luchar contra este tipo de empresas y hay que hacerlo de forma clara y contundente, las semillas no pueden tener derechos de autor.

Aún así, al margen de los cultivos genéticamente modificados, que creo que es una tecnología que no acabamos de dominar, ni explotar correctamente sus posibilidades. Existen muchísimas técnicas que podemos aplicar a la agricultura para hacerla más y más eficiente, para poder salvar el planeta a la vez que nos salvamos nosotros, pues aunque a alguno le pese nosotros también formamos parte de esta tierra.


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Carlos Sanmartín Bustos

Desarrollador de software embebido comprometido con el software libre. Progresista y antiautoritario.